"Guía para perplejos" - Gabriel Zaliasnik

Los hechos develados en Rancagua con ocasión de la pugna entre dos fiscales resultan para muchos desconcertantes. La institución que debe dirigir la investigación y perseguir delitos en forma autónoma y con objetividad, aparece sumida en una confusa trama de acusaciones que darían cuenta de la posible existencia de delitos al interior de la misma, socavando la confianza de la que es depositaria. La ciudadanía presencia perpleja.

Para entender cómo se llegó a esta situación, hay que recordar algunos hechos de larga data en relación con el accionar del Ministerio Público, que fueron desatendidos en su momento.

Primeramente, el excesivo protagonismo comunicacional que emplearon algunos fiscales, sin que la autoridad superior del Ministerio Público impusiera los límites que aconsejan tanto la prudencia como las obligaciones de objetividad y resguardo propias de una investigación penal.

En segundo término, el uso de la simpatía ciudadana -en lugar del propio mérito de los antecedentes- como brújula orientadora de las pesquisas, lapidando al imputado ante la opinión pública. Seamos claros: se toleró el uso del procedimiento penal para perseguir no solo responsabilidades penales, sino también morales. Más aún, se iniciaron investigaciones al solo calor de la denuncia pública, sin reparar en que ésta diera cuenta de hechos que podrían revestir el carácter de delito, o sin satisfacer exigencias procesales mínimas exigidas en la ley.

En tercer lugar, el empleo ilegal de filtraciones de antecedentes de la investigación. No solo es una práctica artera tendiente a dañar la defensa de los imputados, sino que la incapacidad del Ministerio Público para sancionar los casos denunciados, da cuenta de la impunidad de dicha práctica. El mismo Ministerio Público, que es tan eficiente para investigar a terceros, demuestra nula capacidad cuando se trata de posibles actuaciones de sus integrantes.

Por último, el individualismo de algunos fiscales al desconocer mínimos deberes de jerarquía y lealtad, tanto para con sus superiores como con la propia institución. La falta de respeto interno más temprano que tarde se tenía que traducir en falta de respeto externo.

El filósofo judío Maimonides, en su obra “Guía de los Perplejos”, buscaba orientar a quienes se encontraban en estado de confusión o perplejidad, sin saber si debían atender a la ley por sobre la razón o hacer primar a la razón renunciando a la ley. Aún es posible conciliar la ley y la razón, pero para ello se requiere que, junto con las indispensables reformas, el Ministerio Público se haga cargo de sus propias deficiencias internas, aplique la ley de ser necesario también a sus miembros, y, por sobre todo, haga del principio de objetividad el principio basal de su accionar. Solo así la ciudadanía pasará del actual estado de perplejidad al de confianza, que nuestro estado de derecho requiere.

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