"¿Alzheimer en las universidades?" - Miguel Orellana Benado

¿Dónde vemos mejor la debilidad educacional chilena? En las posverdades acerca de su historia que creen y difunden los profesores de sus universidades más antiguas. ¿Cómo surgió la (hoy Pontificia) Universidad Católica de Chile? De la Iglesia Católica, responde el mito Vaticano-céntrico. Pero la realidad es otra. Dicha casa surgió de un éxodo de profesores de la Universidad de Chile que, a fines del siglo 19 y ante el creciente poder de la masonería en ella, porque eran católicos practicantes y fieles a Bello, decidieron abandonarla.

El Moisés y el Aarón de este éxodo fueron dos abogados: don José Clemente Fabres, decano de la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas de la Chile hasta 1888 (quien, al año siguiente, desempeña el cargo análogo en la Católica) y don Abdón Cifuentes, de Filosofía y Humanidades. Ellos querían fundar otra universidad. Sin embargo, entre 1843 y hasta 1927 la Universidad de Chile graduó como bachilleres en teología a todos los futuros sacerdotes chilenos. A partir de 1758 ya lo había hecho su antecesora, la Real Universidad de San Felipe. Y, aún antes, las sedes conventuales de la institución universitaria chilena instaladas por dominicos y jesuitas en 1622. Hasta el segundo tercio del siglo 20 para todos los curas chilenos la Universidad de Chile fue su casa.

¿Qué razón pudiera haber tenido la Iglesia Católica para promover en Chile la creación de una segunda universidad católica mientras el Estado y la Iglesia estaban unidos? Ninguna. ¿Por qué, entonces, el arzobispo de Santiago dio respaldo jurídico canónico la fundación de la Universidad Católica? Porque los profesores ultramontanos fueron respaldados por acaudalados terratenientes del Valle Central, entusiasmados con su causa por, entre otros, el abogado, ministro, parlamentario y presidente del Partido Conservador don Ventura Blanco Viel, más tarde profesor de su Facultad de Leyes. Recién en 1935 la Universidad Católica creó su Facultad de Teología. Solo cuando comenzaron ahí las clases, en 1939, pudo Roma concederle el título de “pontificia” (vacante desde 1925, cuando la Chile dejó de serlo). La Pontificia Universidad Católica fue una creación de chilenos.

¿Conoce mejor su historia la Universidad de Chile? Por cierto que no. Sus profesores la suponen una creación de don Andrés Bello, supuesto primer rector y quien habría sido masón. Pero ni don Andrés fundó la Chile, ni fue su primer rector, ni fue masón. El presidente Joaquín Prieto decretó que, a partir del 17 de abril de 1839, quedaba “extinguido… el establecimiento literario conocido con el nombre de Universidad de San Felipe” y que se creaba en su lugar “una casa de estudios generales que se denominará Universidad de Chile”. Es decir, la Universidad de Chile cumplió hace unos días los 180 años. ¿Por qué no hubo conmemoración alguna de esta efeméride, ni siquiera en la propia Universidad? A eso vamos.

Prieto dispuso además que “Ínterin se establece la superintendencia de educación pública, se discute el plan general de educación nacional y se publican las ordenanzas de la Universidad de Chile, ejercerá las funciones de rector de ésta, el que lo es actualmente de la Universidad de San Felipe”. ¿Y quién era ese rector? El abogado, doctor en derecho y presbítero tardío (se ordenó solo luego de enviudar, a los 37 años) don Juan Francisco Meneses.

Por eso no hubo celebración y, en cambio, se impuso el mito Bello-céntrico: el masón Bello sería el primer rector. ¿Cuándo surgió esta “narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heróico”? Con el rector don Diego Barros Arana en 1892. Él transfiguró la cuenta anual del trabajo universitario que la ley ordenaba hacer en otra cosa: una celebración de su “quincuagésimo aniversario”. Esta posverdad fue consagrada por el también abogado, rector y masón Juvenal Hernández Jaque, quien conmemoró “el centenario de la Universidad de Chile” en 1942. El mito Bello-céntrico era un arma en el enfrentamiento de la Masonería chilena con la Iglesia Católica.

Por eso cercenó con gusto dos siglos y dos décadas de la historia de la institución universitaria chilena, el período católico y colonial o indiano. Lo hizo para promover la libertad, que es el fin último de toda educación genuina, junto con fomentar el respeto entre las personas, su productividad y ánimo festivo. El resultado de dicho enfrentamiento está más que claro hoy. En 1818, cuando se consolidó la independencia política, Chile tenía casi un millón de habitantes (“almas”, se decía entonces). De éstos 10.000 eran curas y monjas. Para mantener dicha proporción con la actual población, debiera haber hoy 180.000 consagrados. Pero su total hoy… ¡no alcanza los 7.000!

Según el estatuto universitario de 1864, promulgado aún en vida de Bello, es decir, una ley aprobada por la Cámara de Diputados y por el Senado, no una posverdad: “este cuerpo es una continuación de la antigua universidad chilena denominada de San Felipe, i por tanto la Universidad de Chile es pontificia para propósitos canónicos”. ¿Qué impide hoy a la Universidad de Chile recuperar su historia entre 1622 y 1839 (su historia, no la calidad de pontificia)? Solo la ignorancia, la desidia y la contumacia ideológica de sus profesores.

Las universidades dicen ocuparse de conservar el conocimiento, de transmitirlo y de aumentarlo. Pero la primera de esta tareas, el cultivo de la historia, no parece contemplar la propia historia institucional en el caso de sus dos universidades más antiguas. Ahí y en su desprecio de la filosofía tenemos un potente indicador de la calidad de nuestra mejor educación superior.

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