"El sentido del final" - Alfredo Jocelyn-Holt

Al fin, una autoridad -el alcalde de Santiago- reconoce la gravedad terminal por la que pasa el Instituto Nacional cuando admite la posibilidad de que se cierre.

Las instituciones, así como se las funda o inventa, decaen y mueren. A diferencia de antiguos organismos, inmemoriales algunos, las instituciones son modernas. No se las estima seres congénitos o espontáneos sin los cuales un orden dejaría de persistir. Requieren de una voluntad; se fija de antemano un propósito beneficioso, útil, y éste se cumple o no. Suponen una suerte de “contrato” al que se le puede convenir o decretar su término. De ahí que sean distintas a las corporaciones (del latín “corpus”, v.gr. una iglesia, un ejército, una comunidad tradicional), cuyas existencias sobreviven bastante más tiempo que sus componentes afiliados. No, en cambio, instituciones aunque fuertes, más frágiles.

Lo sabemos desde hace tiempo. Casi a diario se desmiente la intención que llevara a los fundadores del Instituto Nacional a crearlo. Basta revisar lo que Juan Egaña y otros tenían en mente para confirmar su actual degeneración y agonía: “El Cabildo no puede ver con indiferencia el justo clamor… El Reyno entero llora viendo que dentro de pocos años vendrá a ser gobernado por hombres sin principios, expuestos a absurdos y errores”; “La obra de Chile debe ser un gran colegio de artes y ciencias y, sobre todo, de una educación civil y moral capaz de darnos costumbres y carácter”; “dar a la Patria ciudadanos, que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer, y le den honor”.

En definitiva, hoy no se cumple la función para la cual fue instaurado y, extrañamente, no se admite con honestidad en qué estamos. La opinión pública podrá estar choqueada, pero no atina qué hacer. Si se llegara a incendiar el liceo (van dos encapuchados que se prenden fuego), ¿no habría que cerrarlo? Pasa con la educación pública en general y sus dos portaestandartes nacionales, el Instituto y la Universidad de Chile. Ocurre también con la tan cacareada “República” (ya nos hemos referido a este tema). Autoridades siguen depositando flores a los pies de los monumentos con destacamento de bomberos incluido, pronunciando discursos celebratorios propios de logias, cuando la sensatez aconseja fundar algo nuevo y distinto a tono con nuestras actuales necesidades. Dieron muestra de ello Manuel Montt y Andrés Bello cuando fundaron la Universidad de Chile y archivaron lo poco o nada que había.

Extraño país, el nuestro. Falta un mínimo sentido realista en que se está, inconsciente ante instituciones públicas que se caen a pedazos, no quedándoles ni el fuiste. César, en palabras de Shakespeare, previo a su asesinato, se refirió a las agonías: “Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte/ el valiente nunca prueba la muerte sino una vez”.

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