"¡Démosle!" - Alfredo Jocelyn-Holt

Los llamados esta semana a paros universitarios por agobio y sobrecarga eran previsibles. A fines de 2018, se supo que la “salud mental” iba a ser la gran fijación movilizadora de las federaciones este año. Dicho y hecho. No por casualidad la chispa que ha dado lugar a esta nueva coordinación sincronizada partió en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile, escuela que, al igual que Derecho, se ha visto azotada en los últimos años por paros y tomas. Lo extraño, esta vez, es que autoridades de la FAU hayan apoyado la protesta. ¿Porque pretenden que de ese modo no se va a ir a mayores, o es que ya no contrarían al alumnado “soberano”?

Se ha sostenido, sin embargo, que hay alumnos que no se la pueden, no por la carga académica, sino por falta de preparación acarreada desde la secundaria. Por mucho esfuerzo invertido en sus años anteriores se les enseñó mal. De ser ese el caso, el problema perjudicaría a alumnos con aptitudes, aunque sin capacidades reales para sobrellevar las exigencias requeridas. Masificación y relajación de estándares de admisión explicarían el fenómeno.

De hecho, aun atendiendo las exigencias, ¿por qué no habría de medirse también la idoneidad para soportar altos grados de requerimientos? Ciertas profesiones, disciplinas y artes lo suponen. Por supuesto, manejar ciertos lenguajes, lógicas y conocimientos cuesta mucho, pero de ahí a alivianar la carga generalizada, porque algunos no logran dominarla, es nivelar por lo bajo. Y conste que hasta destacados artistas e intelectuales pueden sucumbir, y no porque no hayan sido capaces (o ¿es que se debió hacer lo posible para que Nietzsche o Van Gogh no se estresaran?). Así que dar con el término medio exigible es complicado.

Nuestras universidades, además, no son para nada ejemplos de exigencia alta. Existen escuelas en paralelo en ciertas carreras. Los alumnos menos aventajados toman cursos con profesores más fáciles, de igual manera que se inclinan por sesgos ideológicos. Según algunos, es porque se guían por “empatías”.

Es más, problemas de salud mental obedecen a múltiples orígenes: adicción a video juegos, costumbres disolutas (carretes de miércoles en adelante), falta de concentración (alumnos que nunca dejan de estar “conectados” a sus celulares, sin poder concentrarse, por eso sus angustias). Por tanto, ¿por qué habríamos de atribuirle a la universidad la causa del problema? Más aún si estudiantes agobiados o “potencialmente suicidas” no son la regla general.

En fin, paciencia. El “¡Démosle!” (¿“con todo”?), título de esta columna, corresponde a uno de los gritos de guerra de quienes aspiran a dirigir la FECH. Expresa claramente la estrategia acordada. En su momento fue la gratuidad, luego la causa feminista. Hoy, 2019, es la salud mental. Mañana orquestarán otro motivo.

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