"Debate con energumenismo anunciado" - José Rodríguez Elizondo
En 2018, el periodista y escritor Thomas Friedman, tres veces premio Pulitzer, dijo que “hoy, el mayor enemigo de la democracia en los EE.UU. está sentado en el Despacho Oval”. El escandaloso no debate entre Donald Trump y Joe Biden del pasado 30 siguió dándole la razón.
El día anterior, con mis alumnos de la Facultad de Derecho, hicimos un análisis prospectivo y concluimos que la estrategia contra Biden del Presidente-candidato sería la que fue: interrumpirlo para desconcentrarlo, asumir un lenguaje corporal matonesco, eludir los temas de fondo y, por supuesto, violar cualquier protocolo previo. En cuanto a Biden, se supuso que estaría alerta para no caer en ese juego y poder exponer a la ciudadanía sus proyectos de eventual gobernante.
Ya sabemos que Trump impuso esa estrategia anunciada. Fue otro de los golpes en serie que ha venido asestando a la institucionalidad democrática de su país. Esta vez arremetió contra la institución del debate civilizado entre los candidatos presidenciales, que es (¿era?) parte de las tradiciones nobles de los EE.UU. Al efecto, tuvo cuatro objetivos interrelacionados:
1) Esparcir una cortina de humo sobre su negligencia para enfrentar una pandemia que ha sido especialmente mortífera; 2) Demoler a Biden en lo personal (malas notas en la universidad, un hijo que se drogaba, edad avanzada o senilidad, mediocridad como político); 3) Eludir cualquier discusión sobre su antipolítica internacional, que ha llevado a su país a una viscosa relación con Rusia, una guerra fría (comercial, por el momento) con China y la pérdida de un liderazgo mundial antes indiscutido; 4) Escabullirse de las serias acusaciones que se le hacen como emisor de mentiras, evasor de impuestos, protector de pandillas racistas, maltratador de militares combatientes, adversario de la alternancia en el poder e ignorante sobre cualquier tema que no se relacione con su persona.
Está claro que el Presidente cumplió con sus objetivos, tan encuadrables en la “doctrina” de los defensas sucios del fútbol: “que pase la pelota, pero no el jugador”. Con ese talante, ha conquistado una base dura de popularidad, semejante a la que en otra época tuvieron proscritos de la historia como Hitler y Mussolini. Poco o nada parece importarle que su performance tenga un costo enorme para el prestigio de los EE.UU. Tras el tóxico no debate, la imagen-país de la gran potencia —que es un activo importante de su soft power— siguió cayendo, pero con más rapidez.
En cuanto a Biden, lució como un ciudadano normal y hasta estoico, pues no cayó del todo en el juego sucio. Sin embargo, su imagen fue débil ante la violencia gestual y oral de Trump. No supo denunciarla en cámara con la energía que la situación exigía. El único correctivo al “energumenismo” desatado vino al día siguiente, por cuenta del coronavirus. Mucho más agresivo que Biden, hoy tiene al Presidente en cuarentena familiar.
Mención aparte merece el moderador Chris Wallace, un periodista de prestigio que fue literalmente “ninguneado”. Quizás existía un acuerdo secreto que le impedía cortar el micrófono a quien se sabía iba a violar cualquier acuerdo formal. Por otra parte, el protocolo del evento no lo ubicó físicamente en línea o por sobre los candidatos, sino en posición subalterna. Un detalle más importante de lo que parece.
Por lo visto y comprobado, también en la política de los EE.UU. se ha producido una “selección inversa”. Con certeza, los ciudadanos ilustrados con edad para recordar, están evocando los debates de candidatos como John F. Kennedy, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H. Bush, Bill Clinton y Barack Obama. Hasta podrían agregar a Richard Nixon, quien debió renunciar a su Presidencia no por ignorante o truculento, sino por “tricky” (tramposo).
Tal antiselección hoy tiene a la democracia de los EE.UU. en la cuerda floja y, por efecto-demostración, socavando la gobernabilidad de los otros países democráticos. Además, por tratarse de una potencia con intereses globales, la performance de Trump está poniendo cada día más en riesgo la paz mundial, máxime cuando ya es evidente que nunca será un buen perdedor.
Antes del no debate, Thomas Friedman se atrevió a otro pronóstico, ahora sobre una eventual reelección de Trump. Si gana, dijo, “se sentirá completamente libre de ataduras (y) tendremos alguna forma de guerra civil”.
Contra eso, que se sepa, no hay medida sanitaria disponible.