"Investigación y 'compromiso' triestamental" - Miguel Orellana
En 2015, el rector Ennio Vivaldi Véjar firmó un documento revelador titulado "Compromiso FECh-Rectoría". Lo encabezan sendos escudos de la Universidad de Chile y de la Federación de Estudiantes de Chile. Parece un tratado entre potencias rivales, casi una Paz de Westfalia. Y lo fue. Con él, Vivaldi recuperó (por fin) la Casa Central, ocupada (una vez más) por un grupo de estudiantes (durante largo tiempo). Más tarde, ante la airada reacción de los decanos, Vivaldi remó en la dirección opuesta. Dijo que firmó sin haberlo leído. Junto a la suya, está la firma de la entonces presidenta de la FECh. Surrealismo puro.
De un lado, una de las instituciones chilenas más antiguas. Mal que les pese a ciertos curas, masones y "progresistas", su raíz última es la universidad conventual que fundaron los dominicos en Santiago hace casi cuatro siglos (1622). Fue reorganizada por la corona española como universidad real (de San Felipe) en 1737, y dictó su primera lección de Derecho en 1758. Y, una vez más, entre 1839 y 1842, por el Estado chileno, ahora como universidad nacional. Su denominación cambió de "Universidad de San Felipe de la República de Chile" al lacónico "Universidad de Chile". Sus sucesivos estatutos han sido siempre leyes. Frente a ella está la FECh, una organización gremial estudiantil, fundada hace algo más de un siglo, cuyo sustento jurídico es enclenque, financiada por la propia universidad y que ha sido la incubadora de miles de carreras políticas: funcionarios internacionales, alcaldes, subsecretarios, ministros, diputados, senadores y varios Jefes de Estado chilenos.
La redacción del "Compromiso" revela quiénes fueron sus redactores. Estipula que: "Para... responder a la demanda de participación triestamental que levantan los estudiantes, se levantará (sic) una Comisión de Diagnóstico y Propuestas de carácter permanente, triestamental y con igualdad de participación de los distintos estamentos".
Tal es el objetivo último de los líderes estudiantiles más exaltados y de un puñado de profesores, hoy mayoría entre los integrantes académicos del Senado Universitario (cuerpo creado por el estatuto de 2010, y que contempla 27 miembros elegidos por los profesores, nueve por los estudiantes y dos por los funcionarios). Buscan que cada "estamento" tenga el mismo peso en el gobierno universitario, una idea cuya originalidad es innegable y que no tiene paralelo en las mejores 200 universidades del mundo.
Las instituciones universitarias serían mini repúblicas al interior de la República de Chile, algo así como un "jardín infantil para proto-políticos". La universidad no sería, como se pensó por un milenio, la unión en la diversidad de maestros (los que saben cuánto no saben) y estudiantes (los que desconocen cuánto ignoran). "Universitas magistrorum et scholarium". Sería la conjunción de tres estamentos: académico, estudiantil y funcionario.
Cuando la visión triestamental se acopla con el axioma de que, para todo propósito, solo las decisiones tomadas de forma democrática son legítimas, se sigue, como prescribe el "Compromiso", que el gobierno universitario debe descansar en comisiones triestamentales, permanentes y con igualdad de peso de los tres estamentos. Esta "cultura triestamental" es el iceberg contra el que navega hoy Chile, como lo hacía el Titanic en 1912, sin que ningún pasajero lo advierta.
Por dos razones. Primero, porque ella catapulta a codiciados puestos de gran responsabilidad republicana y de enorme poder político a jóvenes que solo han probado su capacidad de entusiasmar asambleas estudiantiles, lograr que interrumpan las tareas universitarias, y ganar así notoriedad mediática.
Segundo, porque si dicha cultura se impone en las universidades redundaría en la proliferación e intensificación del conflicto político partidista, que asfixiaría la investigación que ellas realizan, un componente indispensable para alcanzar el desarrollo económico, intelectual y espiritual en el siglo XXI. Cuando el mérito intrínseco de una propuesta de investigación es preterido ante la filiación política e ideológica de quien pretende conducirla, la investigación muere. Y con ella, toda opción de que Chile alcance pronto el desarrollo (siquiera) económico. Más sobre estos temas en mi libro "Educar es gobernar. Orígenes, fulgor y fines del triestamentalismo" (Orjikh 2016).