"Lealtad y nuevos tiempos" - Ernesto Vásquez

“El erudito no considera el oro como un preciado tesoro, sino la lealtad y la buena fe”. (Confucio)

Alguna vez le pregunté a mi padre: ¿qué es la lealtad? Su respuesta simbólica y metafórica hoy es un bálsamo para estos tiempos, donde el poder y el dinero hacen surgir lo peor de los seres humanos, donde pocos sonríen, viven para trabajar y no trabajan para vivir, donde el fin justifica los medios, y los codazos valen para avanzar sin importar el otro.

Pareciera que la gente mayor ha enseñado a las nuevas generaciones a enterrar sus sueños, viven con oídos y sin esperanzas. Algunos han optado solo por la violencia y el terror como sus medios legítimos, pero espurios, para encontrar sus utopías. Las verdades absolutas se han posado sobre la razonabilidad y una postura minoritaria ha de censurar la armonía de la mayoría, como en el tango Cambalache: “¡Todo es igual! Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor”.

Sin embargo, los viejos tiempos ya quedaron atrás y los nuevos no parecen ser mejores. El punto final es la meta que ha de alcanzarse, no importa el cómo y la renuncia a la prudencia, la sensatez, son la metralla del que olvida que la palabra dicha, como la flecha lanzada, no regresa y quien siembra vientos ha de cosechar solo tempestades. La falta de lealtad a valores, principios y por cierto a personas, es lo que socava los pilares de una sociedad armónica.

Por ello, vale compartir la reflexión del progenitor que da cuenta de lo que se ha de entender en su contexto por lealtad. En la ruta de la vida corriente y ordinaria, conoceremos seudoamigos y héroes, personajes de la tragedia griega que esconden su esencia en la falsedad de la existencia mundana, como el impostor guardián de la probidad que promete rectitud durante la luz del día y que bajo las estrellas planea la ilicitud.

El ser humano es un túnel de rarezas impropias, algunos de ellos –cual máxima del ámbito penal– prometen todo desde la vereda del miedo, siendo incapaces de extinguir su obligación desde la ventana del mero agrado. Como en el derecho, en toda nuestra subsistencia existen las cosas principales y accesorias. El competente sabe distinguir entre la genuflexión lisonjera y los sentimientos reales, perennes.

Por lo tanto, saber descubrir lo valioso e infinito, como por ejemplo el amor de los padres y del buen hijo, es bendecido por el creador. Es la gran virtud del líder que desea llegar a puerto seguro con su carga inmune y sus objetivos a salvo.

Elementos, cosas y situaciones que se sustentan en valores, en principios arraigados en el alma de todo ser humano distinguido de espíritu, sabio sujeto que –parafraseando a Confucio– “valora la lealtad más que el oro y la vida”, pues aquella debe ser uno de los pilares más sólidos de la existencia, una de las piedras fundamentales que sostienen el templo sagrado a la hora de, por ejemplo, formar una amistad sincera, roca que ni el besar infinito de las olas puede horadar con algún desatino humano. Porque algunos tallos dejan la raíz solo para dar vida y el ave virtuosa jamás ha de picotear a quien le ha dado en la palma su alpiste.

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