"Chile y su rol en la protección antártica" - Luis Valentín Ferrada

Ayer, 14 de enero, se cumplieron 20 años desde la entrada en vigor del Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medioambiente. Acordado en Madrid en 1991, siete años después se convirtió en una norma internacional obligatoria.

Como toda obra humana, el Protocolo posee sus luces y sombras. Entre los aspectos más destacados está el establecimiento de un conjunto de principios medioambientales antárticos, de la evaluación previa de impacto ambiental y de las inspecciones medioambientales, la creación del Comité para la Protección del Medioambiente Antártico, y la prohibición de explotar minerales (por tiempo indefinido, aunque revisable a partir del 2048). La protección medioambiental es un proceso dinámico, que siempre enfrenta nuevas amenazas para el ecosistema y la vida humana. Por ello, el Protocolo requiere evolucionar y continuar su desarrollo. Hay actividades relevantes que no están sujetas a sus normas; faltan un enfoque precautorio, herramientas frente al daño acumulativo, mecanismos efectivos de control, vigilancia y seguimiento, y un régimen de responsabilidad ambiental. Tampoco hay uniformidad en su implementación doméstica por cada uno de los Estados partes de este régimen internacional.

Lo antártico es uno de aquellos pocos temas en que Chile tiene prácticamente asegurado un rol protagónico a nivel internacional... si hace lo que tiene que hacer, es proactivo y propositivo. Al cumplirse 20 años de vigencia del Protocolo, Chile debiera asumir un rol mucho más activo en el desarrollo de los mecanismos de protección ambiental, lo que le permitirá consolidar su rol antártico en este siglo XXI.

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