"¡"Mayoneso" ha muerto! ¡Viva "Mayoneso"!" - Miguel Orellana Benado

“Mayoneso” fue el apodo con que lo inmortalizó la prensa política de derecha en los mil días de Allende. Es decir, entre el 4 de septiembre de 1970 y el 11 de sepiembre del 1973. En el espíritu de la Guerra Fría, que tuvo su climax local ese último día, los golpistas buatizaron la fecha como “la segunda independiencia”. El golpe habría sido el equivalente a la junta gubernativa que presidió el Conde de la Conquista el 18 de septiembre de 1810 (obvio, en la época nunca se la denominó “primera” junta). Tales eran los delirios de la Guerra Fría. ¡Pinochet equivalente a don Mateo! Por eso en el ahora Gam ex Diego Portales ex Unctad, mientras fue el auditorio del régimen militar civil, detrás de la testera donde se sentaba la Junta Militar, solo había dos cifras: 1810 – 1973. De la Independencia Nacional a la Liberación Nacional…surrealismo puro.

La prensa política de la época, la que lo denominó “Mayoneso”, tenía una creatividad feroz, que nunca recuperó. Su estertor final fue un titular que el genial Gato Gamboa publicó en Fortín Mapocho el seis de octubre de 1988: “Corrió solo. Y llegó segundo”. El epitafio del “Tatita”, mucho antes de recibir la inyección final en The London Clinic.

El abogado, dirigente político (fue diputado, luego senador entre 1965- y 1973) y profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile Carlos Altamirano Orrego, “Mayoneso”, fue secretario general del Partido Socialista desde 1971 y hasta 1979 (por decisión de Allende, según me contó su entenado en el funeral). La oposición de entonces llamaba a su partido “de los Socios Listos”. Durante la Unidad Popular, aterrizaban como “interventores” en industrias que no habían ni creado ni hecho florecer. Muchas veces la aventura terminaba en quiebra. Es la época a la que puso fin el golpe, suceso que, con pudor republicano, sus promotores, partidarios y “complices pasivos” (Piñera dixit) denominaron por años “pronunciamiento”. La batalla por el lenguaje correcto desde el punto de vista político no empezó ayer. Pero la vamos ganando.

Altamirano Orrego murió el domingo 19 de mayo de 2019, a los 96 años. En su juventud tuvo un premio latinoamericano en salto con garrocha (1, 96 mts). Y, como le recordó León Vilarín, el líder de la huelga de camioneros que quebró el espinazo, por llamarlo así, del gobierno de Salvador Allende en octubre del 1972, en su juventud, fue también abogado de las compañías estadounidenses de cobre.

Más tarde respaldó la tesis que el Partido Socialista acordó en el congreso de Chillán en 1967, respecto a la legitimidad y la inevitabilidad del uso de la violencia en política. Una tesis que casi tres lustros más tarde adoptaría también el Partido Comunista: la legitimidad de “todas las formas de lucha contra la dictadura”, el origen del Frente Patriótico Manuel Rodriguez. Durante los mil días en que Allende gobernó, a pesar del Partido Socialista (que entonces encabezaba Altamirano y en el que hoy militan su hija y su nieta) y de la oposción en sentido estricto, el Partido Comunista fue su más fiel aliado. Es política, un asunto de imaginación, entusiasmo, y provecho personal, no de lealtades.

Altamirano Orrego logró escapar de la dictadura de Pinochet. Primero en Chile. Y luego, en el exilio. Sobrevivió en el extranjero los intentos de asesinarlo de los esbirros de Manuel Contreras Sepúlveda, el director de la DINA, obsesionado con su asesinato. Sus años de exilio en el Berlín Oriental, esa capital de la República Democrática Alemana que tenía en su corazón un barrio libre, el Berlin Occidental, cuya muralla cayó en 1989, le abrieron los ojos. Había un abismo entre el sueño de una “dictadura del proletariado” y lo que ocurría cuando triunfaban los que invocaban tal causa.

Él lideró la renovación socialista, ese raro negocio detrás del cual estaban “los suizos”, y otra gente entonces iconoclasta. Su éxito hizo posible, sumadas otras causas, el reencuentro del Partido Socialista con el Partido Democrata Cristiano, la base de la que floreció la Concertación de Partidos por la Democracia. A saber, el régimen de treinta años que llevó a Chile a ingresar, si bien en los últimos lugares, a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el exclusivo club al que pertenece los países que son el 20% más ricos del mundo.

Luego de impulsar la renovación socialista, Altamirano Orrego, en un infrecuente gesto de dignidad política, se marginó de la vida pública.

Hizo una excepción en 2003, cuando dialogó con la historiadora de derecha Patricia Arancibia Clavel en la Universidad de Chile sobre el libro ALLENDE ALLENDE del que somos couautores con mi amigo Joaquín García-Huidobro, numerario del Opus Dei. Tenía 81 años y una lucidez envidiable. Veía el nacimiento de un tiempo histórico distinto, nuevo, desafiante. En ese sentido era un político, un filósofo.

Solo habían pasado cuatro años del nacimiento de la era digital en 1989, cuando cayó el muro de Berlin y el físico oxoniense Tim Benders-Lee comenzó a conectar las computadoras creando la Web. En un tiempo, dijo Altamirano Orrego, en que cruzaban el salón en que estábamos ondas electromagnéticas que vendían y compraban bienes y servicios inéditos, el marxismo ya no podía reclamar el monopolio del entendimiento de los fenómenos económicos, políticos, sociales y jurídicos. Añado, así como el comercio desplazó a la agricultura y la guerra como fuentes de riqueza, ahora la invención está reemplazando a la explotación.

Altamirano Orrego perteneció a una generación notable de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Un GotterDamerung en el que fue compañero de Arturo Alessandri Besa, Clodomiro Almeyda Medina, Victoria Benado Rejovitzky, Aída Figueroa, Loreley Fridman, Alejandro Hales, Felipe Herrera Lane, Máximo Pacheco Gómez y Raquel Weizman (madre de Claudio Bunster ex Teitelboim).

Con su muerte desaparece el último actor principal de la política chilena de la segunda mitad del siglo 20, la generación cuyo fracaso llevó a Pinochet al poder. Es una lección digna de estudio para los políticos jóvenes. En una sincronicidad digna de Jung, su entierro tiene lugar hoy, en el Día de las Glorias Navales, el aniversario de la derrota chilena en el combate naval de 1879. Su discurso del nueve de septiembre de 1973 en que se refirió a la Armada Nacional y denunció los vejámenes de sus partidarios en dicha institución fue utilizado de manera hábil por la propaganda del régimen instalado dos días después, como el detonante del golpe. Era el Judas que había traicionado a Allende. Toda la culpa era suya.

Fue elegido senador con los votos que chorreó el judío comunista Volodia Teitelboim en 1965. En solo meses logró hacer callar en las sesiones de la cámara alta (como don Juan Carlos a Chavez, solo que con más humor) al abogado y luego notario público José Musalem Saffie, el democratacristiano que fue la primera mayoría por Santiago ese año, quien murió hace poco. Con ese tono nasal, propio de su clase social de origen, la voz de la autoridad patronal (His Master’s Voice), bautizó a Musalem “El Tontito”. Y mientras éste hablaba, don Carlos preguntaba en voz alta y socarrona: “¿Qué dice el Tontito?”. Al poco andar, la primera mayoría electa cayó en el silencio. Fue una gran victoria dialéctica.

Lo vi por última vez en el velorio de Victor Pei, el amigo y consejero de Allende, la persona que inició la cadena que culminó con el arresto de Pinochet en Londres. Me acerqué a saludar al anciano enhiesto apoyado en un bastón. Le recordé la ocasión en que aceptó una invitación a comer en mi casa con el hijo y el nieto de su amigo, compañero de curso Felipe Herrera Lane y de mi madre. Y que cuando le ofrecí “una gota de whisky” él me había dicho que sí que “un dedo de whisky”. Y que cuando pregunté si un dedo “horizontal” o “vertical” me había dicho: “Vertical, gracias, vertical”. Bebió ese dedo vertical de whisky, en un vasito pequeño alargado, a lo largo de toda la cena. Y luego volvió manejando solo a su casa en los faldeos de la cordillera. ¡”Mayoneso” ha muerto! Que viva “Mayoneso”!

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