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Andrés Bello épico: obra y vida paradojalmente marcada por el dolor y la creación

Andrés Bello épico: obra y vida marcada por el dolor y la creación

La jornada, que reunió a una destacada nómina de Premios Nacionales, académicos, intelectuales y científicos, comenzó con la intervención de la rectora de la universidad, Rosa Devés, quien señaló que el encuentro busca reflexionar desde las diferentes secciones de la universidad sobre los desafíos actuales a la luz del legado de Andrés Bello. En ella participaron la Facultad de Filosofia, el Instituto de Estudios Internacionales, el Archivo Andrés Bello y, especialmente los profesores de la Cátedra Andrés Bello a maría Eugenia Góngora y al profesor de nuestra Facultad, Joaquín Trujillo. El profesor Trujillo agradeció a sus 40 ayudantes “quienes han hecho de este encuentro no solo una actividad de gran espesor académico, sino también un verdadero acto de amor al legado de Andrés Bello, a la universidad y al país”.

Entre los asistentes estaban el profesor de la Universidad de Chile y director de la Academia Chilena de la Lengua, Guillermo Soto; y los profesores de nuestra Facultad, Miguel Orellana, Álvaro Fuentealba y Rubén Burgos entre otros destacados docentes y estudiantes universitarios.

Bernardino Bravo participó con Alfredo Jocelyn-Holt junto a los académicos Miguel Castillo, profesor Emérito de la Universidad de Chile y Grínor Rojo, de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Andrés Bobenrieth quién compartió panel con los profesores Mario Hamuy, Premio Nacional de Ciencias Exactas y el astrónomo, profesor Luis Campusano. Los profesores de la Facultad Raúl Letelier y Cecilia Domínguez, estuvieron junto al académico de la FEN, Óscar Landerretche y el profesor Rodrigo del Río de la PUC.

Los profesores María Angélica Figueroa, Álvaro Anríquez y Fernando Atria contaron con mesa propia, solo de Derecho. Y en el quinto panel participaron los académicos María Soledad Krausse, Lucas Sierra y María Inés Horvitz.

Finalmente expusieron los profesores Carlos Ruiz, Claudio Barahona y Roberto Cerón, junto al profesor Alfredo Matus, fundador de la Cátedra Andrés Bello en la Universidad de Chile.

Finalizó esta etapa el Premio Nacional de Historia 2020 y egresado de la Universidad de Chile, Iván Jaksic, con la conferencia “Editar a Bello”.

Clausura de las jornadas: la épica de Andrés Bello

El cierre de la jornada estuvo a cargo del decano de la Facultad de Derecho Pablo Ruiz-Tagle. El texto de su discurso es el siguiente:

Discurso: Los sufrimientos de Bello

Con ese espíritu de alumbrar nuevas facetas de Bello propongo a la concurrencia algo que suelo hacer al final de mis cursos en la Facultad: contarles a los estudiantes que el gran Bello tuvo sufrimientos. Cada uno de sus momentos de aflicción física y espiritual, de pena y de congoja envuelven su vida en múltiples etapas. Consta que padeció la muerte de su primera mujer y de algunos de sus hijos y que se distanció de Bolívar en medio de una pobreza extrema en Londres; que vivió una difícil migración a Chile donde protagonizó ásperas disputas con Mora, Lastarria, Sarmiento y Bilbao; que sufría de nostalgia por su patria de origen Venezuela y que fueron muchos sus dolores por la muerte de su madre y muchos más de sus hijos y amigos mientras estaba en Chile. La tristeza de Bello no es algo que puede atribuirse solo a su periodo londinense. Es una paradoja grande porque aquí, en Chile, publicó sus obras, hizo su gran tarea. Y aquí sufría, sufría como nadie.

En las líneas que siguen voy a referirme a los sufrimientos de Bello en Caracas, Londres y Santiago de Chile. Luego voy a intentar sacar algunas conclusiones de estas experiencias para nuestro tiempo presente que son a mi juicio muy sustanciales.

El sufrimiento en Caracas. 

Miguel Luis Amunátegui lo refiere en uno de sus ensayos históricos, la existencia de un amor malogrado en Caracas. Bello le comentó que había estado profundamente enamorado de María Josefa de Sucre, hermana mayor del héroe de la Independencia, Antonio José de Sucre, al punto de haber deseado casarse con ella. Este amor no pudo prosperar porque Bello partió a Inglaterra y nunca volvió y ella murió en un naufragio en el Caribe en 1821.  Bello dejó su Caracas natal sufriendo por un amor imposible, pero Londres, lejos de consolarlo, lo sumió en la congoja.

El sufrimiento en Londres. 

El día 16 de diciembre de 1826 Bello escribe desde Londres una carta dramática a Simón Bolívar. Esta carta la leo todos los años a mis alumnos, es una carta que me conmueve:

“Mi destino presente no me proporciona, sino lo muy preciso para mi subsistencia y la de mi familia que es algo ya crecida. Carezco de los medios necesarios, aún para dar una educación decente a mis hijos; mi constitución, por otra parte, se debilita; me lleno de arrugas y canas; y veo delante de mí, no digo la pobreza, que ni a mí, ni a mi familia espantaría, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la mendicidad”.

“Dígnese vuestra excelencia interponer su poderoso influjo a favor de un honrado y fiel servidor de la causa de América, para que se me conceda algo de más importancia en mi carrera actual. Soy el decano de todos los secretarios de legación en Londres, y aunque no el más inútil, el que de todos ellos es tratado con menos consideración por su propio jefe.”

Esta carta es enviada a Simón Bolívar que había sido educado por Andrés Bello y que era quien lo había enviado a Londres. La respuesta de Simón Bolívar fue decepcionante porque le mantuvo el salario y la misma posición. Bello recibió esta respuesta en Londres como una humillación yh le escribió lo siguiente:

“…me es sensible la disposición citada, no por el perjuicio pecuniario que me irroga (aunque, en mis circunstancias, grave) sino por la especie de desaire que lo acompaña…Estoy ya a la puerta de la vejez, y no veo otra perspectiva que la de legar a mis hijos por herencia la mendicidad.”

Bello llegó a estar un año sin sueldo y en esta condición de pobreza extrema se empleó como profesor particular y hacía correcciones ortográficas para aumentar sus pobres ingresos. Es en este contexto que el 10 de noviembre de 1827 Mariano Egaña sugiere que Andrés Bello sea contratado por el gobierno de Chile y obtiene una respuesta positiva que Bello aceptó.

Esta faceta de Andrés Bello me ha servido cada año para terminar mis cursos universitarios y mostrar a los estudiantes cómo las grandes personalidades también sufren contrariedades en su vida. También nos muestra que incluso en las condiciones más extremas de dolor y pobreza no estamos solos, podemos recibir ayuda sin avergonzarnos porque cada uno de nosotros, alguna vez o quizás en más de una circunstancia, necesita o necesitará de la ayuda de otras personas. Como decía Jorge Millas nuestra individualidad no se construye en el aislamiento y la autarquía, sino en el carácter relacional y social de nuestra persona, nuestros trabajos y nuestra vida con las demás personas.

Esta historia de los sufrimientos de Bello no termina en Londres y la verdad se prolonga hasta el final de sus días en Santiago de Chile. Es paradojal verificar cómo concilió realizar una obra tan monumental en tantas áreas tan importantes y al mismo tiempo asumir el dolor personal, como diríamos de manera figurada llevando la “procesión por dentro”.

El sufrimiento en Chile. 

Sabemos que Andrés Bello en Chile fue un hombre público que dedicó sus energías a la legislación, la creación de instituciones públicas, la educación y el estudio. Quizás por eso en Chile no es tan fácil encontrar informaciones sobre el Bello privado, porque son tan grandes sus obras en la esfera de lo público que sus rasgos individuales se eclipsan. Bello no se queja como en Londres y aunque la pobreza extrema no lo persigue, la tragedia personal se repite.

Por ejemplo, la muerte de su amigo Mariano Egaña, quien murió en 1846 de un ataque al corazón.

Entre las obras que hemos encontrado sobre las características personales de Andrés Bello se destaca por sus historias familiares la de Fernando Vargas Bello, un bisnieto. Vargas Bello en Andrés Bello, el hombre (1982) nos habla por ejemplo del acomodo y la “chilenización” de Bello a su ll

egada a Chile, que se refleja en las personas que designa como padrinos de sus hijos. Pero lo más notable de la obra de Vargas Bello que reclama el conocimiento que le da su parentesco, es cómo resume las principales instancias de sufrimiento de Andrés Bello:

La muerte fue asidua visitante del hogar de Bello. A pocos años de casado fallece doña Ana Boyland, su primera mujer. De los quince hijos que en total hubo, sólo seis le sobrevivieron. En 1843, encauzada de lleno su vida en el ejercicio de su excelsa tarea de civilizador, pierde a su hijita Dolores, de 9 años (la Lola de la Oración por todos). Dos años después, al primer Francisco, un joven de excepcional valor. Eran dos hijos particularmente amados. El padre contaba ya 64 años, y su abatimiento, fue tal que quiso abandonar el servicio público y la enseñanza y juro olvidarse de las musas. Mas, como había ocurrido en los negros días de Londres, fueron precisamente las tareas intelectuales el único lenitivo de sus desgracias, de modo que para enervarlas y cumplir al mismo tiempo los impostergables encargos del gobierno, pasado un tiempo las reanudó. También la muerte insistió con saña. En el decenio del 50 se llevó a sus hijos Ascensión, Ana y Carlos, y por último, en Caracas, a su madre Ana López. En seguida, en 1860, muere Juan y el 62 Luisa. Nada de raro, pues, que en sus últimos años tuviera momento de lóbrega nostalgia y que, cuando sus piernas aún le obedecían, se le viese pasearse por los corredores de su casa musitando el Miserere bíblico, traducido magistralmente por él. Por ese tiempo, el tema de la muerte que venía haciéndose presente en sus distracciones literarias le preocupa con mayor insistencia. Entre las páginas de una traducción suya de comentarios ingleses sobre una obra francesa relativa a “La incertidumbre de los signos de la muerte” se halló un poema de Bello tristísimo acerca de tales signos. En el mismo trabajo vierte unos versos patéticos de Pope, especie de salutación a la extinción de la vida. Se diría que su insaciable aprender se dirigía esta vez a saber mirar de frente su propio fin.

Es impresionante todos estos golpes seguidos. Al lado uno podría poner una tabla e ir anotando las cosas que va haciendo, las leyes que va escribiendo, los códigos, el prestigio que va adquiriendo. Nos retrata además a un Bello que en sus últimos años se pasea recitando en la esfera privada de su casa el Miserere y escribe poemas de muerte y lee obras que anuncian su final.

Dice Vargas Bello que el rasgo principal de carácter de Andrés Bello fue el estoicismo. Discrepo de Vargas Bello, tengo mis dudas, de que el atributo sobresaliente de Andrés Bellos sea su estoicismo. Es que no hay indiferencia frente al dolor en el caso de Bello, sino profundo sufrimiento asumido y consolado mediante la filosofía. Su actitud frente al dolor es no escabullirse y para demostrar este punto podemos citar a Miguel Luis Amunátegui cuando lo visita en el día de la muerte de su querido hijo Carlos Bello Boyland, a quien Bello sostiene en sus brazos en una imagen de tierno patetismo:

Estuve en casa de don Andrés Bello la noche del día en que falleció don Carlos; i presencié cuando el venerable anciano dio al difunto el beso de eterna despedida. Nunca olvidaré aquella escena tétrica, solemne, desgarradora. Don Carlos Bello se hallaba tendido en su lecho. Su rostro aparecía más pálido, que las bujías que lo alumbraban. Su cuerpo estaba tieso con la rigidez del mármol, con esa rigidez que constituye una de las diferencias entre el sueño i la muerte, con esa rigidez del cadáver que ningún paño puede ocultar, ni disfrazar siquiera.

Y en una carta a su compatriota Manuel Ancízar, el mismo año 1854, le dice:

Estos golpes tan repetidos producen en mí un efecto indefinible; no tanto de dolor, como de encallecimiento de fría desesperación. Creo que pesa sobre mí una maldición que me condena a una vejez solitaria. ¡Dichosos aquellos a quienes quedan todavía ilusiones en la vida!

Hay aquí un carácter tétrico, solemne, desgarrador, en ningún caso indiferencia.

Una vida épica

¿Por qué hablar de los sufrimientos de Andrés Bello? Por qué nos puede importar hoy sus dolores y congojas.

Me imagino que ustedes se preguntan por qué cerrar estas fulgurantes Jornadas con este tema. Pienso que la vida de esta gran persona sufriente como inmigrante nos hace sensibles a todas las grandes tragedias de los que están fuera de su patria, muchos de los cuales viven hoy en Chile.  

Hay un aspecto épico en la vida de Andrés Bello. Pienso que Bello nos demostró algo que no vemos hoy en nuestro país, que es la capacidad de sublimar y trascender el dolor en creación de nuevas ideas, obras e instituciones. Es lo que necesitamos hoy en Chile. Lo que vemos en nuestros días, en la vida pública real y virtual de las redes sociales, a la menor molestia lo que surge es la exasperación, la bronca y la agresión y esas son las reacciones esperadas frente al dolor de las personas de a pie. De Andrés Bello podemos aprender a sufrir con espíritu creativo y nunca perder el sentido de lo que es valioso en el pasado y a estar comprometido con el servicio público que como. Yo lo considero algo épico.

La vida de don Andrés Bello fue una suerte de épica. Usualmente se enfoca el estudio de la vida de Bello como el estudioso del espíritu épico, de las características de lo que fueron sus poesías. Sin embargo, él se contaminó con lo que leía sobre lo épico. Sobre la historia medieval.

Cuando se trata de definir la épica no resulta sencillo, por lo general, enfocado en los rasgos estilísticos del género o en los temas principales y las características de sus protagonistas. El oxoniense Cecil Bowra abarca ambos: “Un poema épico es, por consenso general, una narración de cierta extensión que trata sobre acontecimientos de cierta grandeza e importancia, derivados de una vida de acción, especialmente de acciones violentas como la guerra”.   

Bello no fue un genio militar, pero vivió una vida épica. Vivió con pasión por hacer algo más grande que él, con grandeza, con heroísmo cotidiano, amó y estudió la épica no solo como género literario, sino que la puso en práctica.

Pero Bello también amó y estudió la épica como género literario. Sus estudios tempranos y su edición y anotación del Cantar de Mío Cid con aproximaciones muy modernas.

Hay quienes dicen que está muy influido por Virgilio y que La Eneida influyó en su propia poesía. Y La Eneida era un libro que Bello leía constantemente en su vejez.  También leyó la épica chilena, La Araucana. Y cuando comentó La Araucana en los Anales de la Universidad de Chile en 1862, la llamó “la Eneida de Chile”.

Cuando los griegos entraron en Troya y saquearon la ciudad, Eneas se retiró al monte Ida cargando sobre sus hombros a su padre y llevando de la mano a su hijo. Bello hizo algo parecido al salir de Caracas, al viajar a Londres y al venir a Chile, a esta “fértil provincia, y señalada en la región antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa, la gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida, ni a extranjero dominio sometida”.